viernes, marzo 25, 2005

8. La suerte

Despertar de cualquier sueño. El primer sentido que se recupera es el auditivo. Inmediatamente después el del tacto. El gusto. Olfato. Hasta el final la vista. Respira. Recuerda. Imágenes confusas. Una pistola. Teorías inconexas. ¿Acaso la bala disparada había errado su objetivo? ¿Se trataba de un último momento de lucidez antes de morir? Emerger de la negrura. Una leve luz. Recuerdos fusionados en una película sin sentido. Incoherencias mentales. Los sonidos ininteligibles. Voces. Caer de nuevo en el sopor. Tiempo detenido. Apenas un abrir y cerrar de ojos. Horas incluso días. Parpadeo. Quizá soñar pero ningún recuerdo del sueño. Y luego, quizá en el mismo orden, la recuperación de los sentidos. Nueva voz. Siluetas que ahora si se van definiendo. Ella sonriendo. Un hombre maduro y desconocido. Ella con el brazo en un cabestrillo. Una enfermera (lo sabe por su uniforme) que escribe algo en su bitácora. Una voz masculina proveniente de un punto ciego para él y una mano firme en el brazo. Las voces, las frases de los otros aún le parecen murmullos. Intenta mover los brazos y le pesan. Deseo voltear pero no puedo. La luz encandila. Alguien pide cerrar las persianas. Los murmullos adquieren matices y tonos. La voz de ella nuevamente. Es un saludo. Alegre y compungido. De nuevo la voz de aquel hombre desconocido. Ir recuperando el movimiento. “Me parece que corrió con mucha suerte. Que ambos tuvieron bastante suerte” De nuevo el apretón en el brazo. Mover la mano a manera de saludo. Ella toma la mano. Girar lentamente el cuerpo. Encontrar a quien en esos momentos entra a mi ángulo de visión.