lunes, junio 14, 2004

1. Una fotografía borrosa

De la habitación me llega el sonido poderoso de un video de Nirvana, Soundgarden, o Stone Temple Pilots. Ella acaba de salir del baño y se viste. Mtv en la televisión. El calor de la tarde había sido insoportable. El baño aún olía a ella. A una mezcla de vapor, jabón, shampoo y ella. Recuerdo con placer como me gustaba bañarme con la puerta abierta y saber que ella se movía en la habitación. Imaginar como se ponía su bragas sedosas. Sus medias. Sus ropas. Cerrar el grifo y tomar la toalla. Salir en el momento justo para ver en el espejo su espalda aún desnuda y la mano cepillando su largo pelo negro. Acercarme a ella lentamente y dejar caer un beso sobre su cuello. En la televisión algún video musical. Y hace cuanto de esto. Seis siete años. La cronología es lo menos importante.
     Decir que sucedió en cualquier ciudad sería atentar contra la verdad. Lo cierto es que los acontecimientos sobre los cuales comienzo a escribir sólo pudieron suceder aquí. En esta urbe. Porque es falso que cualquier lugar sea lo mismo para el curso de las acciones. No es lo mismo una ciudad enorme donde nadie se entera que sucede al vecino más próximo que un pequeño núcleo urbano donde todos saben que hace cada habitante del lugar. Decir que esta ciudad es una ciudad media también sería mentira pero sea acerca más a la verdad. A final de cuentas qué es una historia. Qué parte de lo que escuchamos o leemos es verdadero. Qué se apega al transcurso de los acontecimientos. Y aún así, aunque fuera la descripción puntual de las cosas nadie las ve nunca de la misma forma. Hay tantas historias como testigos. Historias que después se multiplican según la cantidad de oyentes. Por eso lo escribo. Para que al menos exista una versión, una de tantas, a la que se pueda recurrir en algún momento. No porque necesariamente todo haya sucedido como lo cuento. Sólo soy testigo.
     Ella desnuda en la cama. Así me gustaba verla y es ese recuerdo el que me acompaña desde su partida. Ella y la televisión encendida. Ella y sus besos. Ella y sus piernas atrapadas en la mías. Ella y su cabello en mis manos...
     Pero los recuerdos son interrumpidos por un golpe seco en el muro. Rostros de extrañeza. Después los gritos de una mujer. Más golpes en el muro. Ella se pregunta que estaría ocurriendo. Le digo que dejemos en paz a los de al lado. Las paredes de algunos hoteles son bastante delgadas. Los golpes en el muro siguen y los gritos son cada vez más desgarradores. Un disparo. El silencio de la sorpresa. Ella con pánico. Me levanto. En la semipenumbra busco mis pantalones. La televisión sigue encendida. Una puerta se abre. Alguien corre por el pasillo del hotel. Salgo del cuarto. Un golpe de calor sofoca mi cuerpo. Ella me dice que no salga. Dudo un momento. El pasillo vació. Le digo que no hay problema, que no hay nadie. Avanzó. La puerta de la habitación contigua esta abierta. La luz encendida. Silencio. Mis pasos se acallan en la alfombra. Sobre la cama el cuerpo desnudo de una mujer con un disparo en el pecho. Balbucea algo, pero no me acerco. El miedo me paraliza.

La luz roja de una farola de la policía iluminaba la sala de espera del hotel. Nos habían pedido que aguardáramos ahí la llegada del oficial a cargo el cual nos tomaría la declaración. Mucho no diríamos. Golpes. Gritos. Un disparo. El cuerpo de la mujer.
     Vestía de negro. Botas, mezclilla, una playera con el nombre de algún grupo de rock, saco y una gorra que escondía su pelo. Se presentó como Eduardo Jiménez. El Comandante Jiménez. El apretón de su mano contra la mía fue breve pero firme. Saco una pequeña grabadora y comenzó el interrogatorio. Me pareció que no le serviría de mucho y que lo hacía más por rutina que por pensar que encontraría una clave para resolver el asesinato en nuestro relato de los hechos. Nos pidió nuestros nombres y nuestra dirección. Respondimos. Por un momento nos miró sorprendido. Fue una expresión sutil y rápida. Casi imperceptible. Un silencio incomodo. Preguntó si era todo lo que teníamos que decir. Asentimos. Volvió a estrechar mi mano y se retiraba cuando recordé lo de la fotografía. Lo detuve. “Hay algo más”. La saqué del bolsillo. Una fotografía borrosa con un niño ocupando casi todo el papel. “La encontré en el pasillo”. Me miró con desconfianza. “No pude resitirlo. En mis tiempos libres me dedico a la fotografía. Después olvidé que la había levantado”. Su mirada fija en mi. Tomó la fotografía y la metió en una de las bolsas del saco. Llevó una de sus manos a la parte trasera del pantalón y por un momento creí que sacaría las esposas y me detendría por ocultar información o un cargo semejante. Dejó en mi mano una tarjeta. “Tenemos que vernos nuevamente. Lo llamaré” Dicho esto se retiró. Abrí la palma de mi mano, para mi sorpresa, no encontré en ella una convencional tarjeta de detective sino un colorido papel con el nombre de una banda de rock ocupando la mayor parte del espacio.