5. Out of season
Cuando abrí el periódico y vi la fotografía recordé la sangre manchando la chamarra. Minutos antes, al despertar, había decidido convertir lo sucedido la noche anterior en un mal sueño. En esa clase de sueños que meses, años después de haberlos soñados su recuerdo todavía inquieta. Pero ahí estaba la noticia. La principal de la sección negra del periódico. Pero la historia era diferente a la que yo conocía. En el diario se podía leer como el capitán Horacio Medina le relataba al reportero que el «ahora muerto» había ofrecido resistencia e incluso había robado el arma del Comandante Eduardo Jiménez al cual había amenazado. Del comandante por cierto se desconocía su paradero. Algunos rumores decían que lo tenían detenido porque en realidad el disparo del arma había sido un error del comandante, mientras que otros sostenían que se había dado a la fuga. Lo cierto es que cuando se le busco para corroborar la versión nadie supo en donde se encontraba.
Terminé mi desayuno y me dirigí a paso lento rumbo a la agencia, apenas a unas cuadras de mi casa, para ver si había algún encargo para mí. Me sentía inquieto. En cada auto detenido veía un posible espía. Las últimas palabras de Jiménez me habían dejado inquieto. «No se de que es capaz Medina, pero cuídate, eres el testigo incómodo». Lo había dicho con una voz neutral. Sin buscar sembrar pánico, pero tampoco sin restarle importancia. «Cuídate, y no dejes que el miedo venza tu sentido común». Dicho esto había partido ocultándose entre las sombras de la calle. El cansancio me impidió pensar en la seriedad de estás palabras apenas balbuceadas a mitad de un apretón de manos. Caí rendido. Buscando el olvido. Quedé una vez más tendido sobre mi cama sin saber nada del mundo circundante.
Afortunadamente no volví a encontrar letreros en el espejo del baño, ni en ninguna otra parte de la casa. Tampoco sospechas de que alguien hubiera andado de paseo por las habitaciones. En la agencia no había nada. Sin embargo aproveche que tenía unas impresiones pendientes para encerrarme en uno de los cuartos oscuros que quedaban, casi abandonados, prácticamente ya todo es digital. Entre el olor de aquellos líquidos y la ocasional luz roja de un foco de seguridad el celular comenzó a timbrar. Llamada del Comandante. «¿Has visto lo que salió en el periódico? Quieren culparme. No sé que hay tras todo esto pero alguien muy pesado esta tras los hilos que mueven las acciones de Horacio. Pero me preocupas más tú. Ya sabes. No quiero ponerte paranoico. En cuanto vaya sabiendo como van las cosas te informo. Por lo pronto lo mejor es que piensen que he desaparecido».
Llamada Breve. Sin oportunidad de preguntar, ni decir nada. Volver a la luz lastimó mis ojos. Deje la agencia y fui a encerrarme a casa. Beth Gibbons en el estéreo y un poco de vodka mientras la tarde se va desparramando. Intentar distraerme archivando viejas fotografías. Conectado al Messenger. Chateando con algunos amigos y otros cuantos desconocidos. Esperando alguna noticia del comandante.
Una de las fotografías fue arrastrada por el aire que entraba por la ventana y llevada atrás de un librero. Al buscarla me encontré con un papel en el que anotara el teléfono de la chica aquella con la que esta historia había comenzado. El vodka y la voz deliciosa de la Gibbons me hicieron alargar la mano al auricular y marcar esos ocho dígitos. Ella del otro lado de la línea. Un estremecimiento en lo más hondo de mi alma. Concertar la cita. La exposición de esa noche.
Terminé mi desayuno y me dirigí a paso lento rumbo a la agencia, apenas a unas cuadras de mi casa, para ver si había algún encargo para mí. Me sentía inquieto. En cada auto detenido veía un posible espía. Las últimas palabras de Jiménez me habían dejado inquieto. «No se de que es capaz Medina, pero cuídate, eres el testigo incómodo». Lo había dicho con una voz neutral. Sin buscar sembrar pánico, pero tampoco sin restarle importancia. «Cuídate, y no dejes que el miedo venza tu sentido común». Dicho esto había partido ocultándose entre las sombras de la calle. El cansancio me impidió pensar en la seriedad de estás palabras apenas balbuceadas a mitad de un apretón de manos. Caí rendido. Buscando el olvido. Quedé una vez más tendido sobre mi cama sin saber nada del mundo circundante.
Afortunadamente no volví a encontrar letreros en el espejo del baño, ni en ninguna otra parte de la casa. Tampoco sospechas de que alguien hubiera andado de paseo por las habitaciones. En la agencia no había nada. Sin embargo aproveche que tenía unas impresiones pendientes para encerrarme en uno de los cuartos oscuros que quedaban, casi abandonados, prácticamente ya todo es digital. Entre el olor de aquellos líquidos y la ocasional luz roja de un foco de seguridad el celular comenzó a timbrar. Llamada del Comandante. «¿Has visto lo que salió en el periódico? Quieren culparme. No sé que hay tras todo esto pero alguien muy pesado esta tras los hilos que mueven las acciones de Horacio. Pero me preocupas más tú. Ya sabes. No quiero ponerte paranoico. En cuanto vaya sabiendo como van las cosas te informo. Por lo pronto lo mejor es que piensen que he desaparecido».
Llamada Breve. Sin oportunidad de preguntar, ni decir nada. Volver a la luz lastimó mis ojos. Deje la agencia y fui a encerrarme a casa. Beth Gibbons en el estéreo y un poco de vodka mientras la tarde se va desparramando. Intentar distraerme archivando viejas fotografías. Conectado al Messenger. Chateando con algunos amigos y otros cuantos desconocidos. Esperando alguna noticia del comandante.
Una de las fotografías fue arrastrada por el aire que entraba por la ventana y llevada atrás de un librero. Al buscarla me encontré con un papel en el que anotara el teléfono de la chica aquella con la que esta historia había comenzado. El vodka y la voz deliciosa de la Gibbons me hicieron alargar la mano al auricular y marcar esos ocho dígitos. Ella del otro lado de la línea. Un estremecimiento en lo más hondo de mi alma. Concertar la cita. La exposición de esa noche.
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